domingo, 3 de marzo de 2013

Día 2: Llegada a Bagan


Durante un trayecto de 10 horas en autobús, el conductor suele hacer varias paradas para ir al baño, comprar algo de comida, o simplemente estirar las piernas. En uno de estos descansos conocí a una pareja de viajeros, Davide e Irene, a la que siempre agradeceré la pashmina que me dejó para protegerme del frío del autobús. Me estuvieron comentando sus impresiones de lo que llevaban de viaje. Algunas me entusiasmaban, pero otras me preocupaban un poco. Especialmente cuando apareció la pregunta del millón: “¿Has reservado hotel?”. Y es que, por lo visto, conseguir un alojamiento decente a un precio razonable en Myanmar no es tarea fácil. Al ser un país que se ha abierto recientemente al turismo, no tiene aún una infraestructura hotelera suficientemente preparada para acomodar a todos los viajeros que siguen visitando sin pausa este lugar. Es por ello que las opciones son muy limitadas y haya que conformarse con cualquier cuchitril, a pesar de estar pagando una buena pasta (el precio medio para una habitación individual está entre 10 y 15 dolares).

La cosa se complica si se llega al destino de turno a las 3 de la mañana, como nos pasó a nosotros en Bagan. Para colmo, hacía un frío que pocos esperaban (yo seguía acurrucado en la pashmina de Irene) y no había nada abierto donde poder tomar un cafelito para entrar en calor. Por fortuna, tras varios intentos fallidos, encontramos un hostal (el Pynsa Rupa) donde nos abrieron la puerta y nos dejaron tumbarnos en los sofás de recepción hasta que amaneciera. Pudimos conseguir una habitación triple para ese día por 30 dolares, lo que no está mal si tenemos en cuenta que Bagan es uno de los lugares más turísticos de Myanmar (el equivalente a lo que pueden ser los templos de Angkor en Camboya).


Bagan no es exactamente una ciudad o un pueblo concreto, sino que se trata más bien de tres pueblecitos (Nyaung U, Old Bagan y New Bagan) entre los cuales podéis encontrar infinidad de templos budistas esparcidos por sus alrededores, además de monasterios, y antiguos edificios administrativos, la mayoría abandonados. Desde Nyaung U, que es donde se localizan la mayoría de hostales y hoteles, y la parada de autobús, se puede ir hasta Old Bagan en bicicleta, en coche de caballos o a pie, y por el camino, uno se va parando donde considere adecuado. El consejo es que, al tratarse de más de 4000 templos, os hagáis con un buen mapa y seáis selectivos en cuanto a los lugares a visitar, aunque atentos porque, a veces uno encuentra sorpresas en puntos que no aparecen en las principales guías de viajes.




La furgoneta compartida, otra posible opción de transporte


En mi primer día en Bagan, fui pateando desde Nyaung U hasta Old Bagan, y luego hasta la aldea de Myinkaba, en la ruta hacia New Bagan. Por el camino, me fui deteniendo en lugares estratégicos, como el templo de Thatbyinnyu (el templo más alto, con unas vistas formidables), o el templo de Ananda, el más venerado de la zona, con sus cuatro Budas mirando hacia los cuatro puntos cardinales.

Vista del templo de Thatbyinnyu desde la lejanía


Templo de Ananda

































Interior del templo de Ananda

Una de los mejores momentos del día tuvo lugar en la pagoda de Manuhar, cerca de Myinkaba, cuando dos señores mayores, que se supone que cuidaban del lugar, me invitaron a sentarme con ellos a beber un té y echar un cigarro. A pesar de las barreras lingüísticas (ninguno podíamos hablar la lengua del otro), no había en absoluto ningún tipo de tensión ni incomodidad, y se podía percibir ese sentimiento puro de hospitalidad sin esperar nada a cambio, una constante en todo el viaje. Que buen rollo me dieron esos tipos, y que pena no poder cruzar con ellos ni una frase en birmano.



Para rematar esta primera jornada, me fui al templo de Shwesandaw (el llamado “sunset temple”), famoso por la espectacular puesta de sol que se disfruta desde su azotea. Lo malo es que enseguida se abarrota de gente, con lo que es recomendable coger sitio al menos una hora antes (el sol se pone a las 6 por estos lares). Según me dijeron, hay otras pagodas cercanas desde donde la vista es igual o incluso mejor.



El resto del día hasta que me acosté, estuve intentando conectarme a Internet para decirle a Lucia (con la que se se supone que me encontraría al día siguiente) el hostal donde me alojaba. Ninguno de los dos teníamos tarjeta telefónica de Myanmar (¡me dijeron que la más barata costaba cerca de 100 dolares para extranjeros!), así que solo podíamos mantenernos en contacto a través de la red. Pero en Bagan, no es que Internet sea lento, es que directamente los encargados de los cyber te dicen que no tienen conexión, y a saber cuando habrá. Suerte que Davide encontró wifi en un bar, y me dio tiempo a informar a mi compañera de viaje donde nos podríamos encontrar. Si no, quien sabe dónde, cuándo y cómo nos hubiéramos encontrado. Es en estas situaciones cuando uno se da cuenta de hasta que punto dependemos de las nuevas tecnologías. Más vale hacer caso del siguiente cartel que encontré a la puerta de uno de los templos, donde se resume parte de la esencia de esta aventura:



















"Impaciencia: vida corta. Paciencia: vida larga."

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