jueves, 28 de marzo de 2013

Día 10: Se hace camino al andar



A primeras horas de la mañana, conocimos por fin a quienes serían los componentes de nuestro grupo. Aparte de Lucia y yo, había un francés que también curra en China, dos chicas de Nueva Zelanda, y una pareja formada por una francesa y un chaval muy majo de Benin. Contando a nuestro guía, que resultó ser Robin, estaban representados los cinco continentes, nota curiosa. Los primeros kilómetros de caminata, por los alrededores de Kalaw, sirvieron para entrar en calor, ir conociéndonos y tomar contacto con el campo birmano y su variedad de terrenos y paisajes. En un momento pasábamos de humedales (aunque en esta época está todo más bien seco) a laderas rocosas, o senderos de arena caliza. Salvando algunas zonas más empinadas, en general se nos hizo todo bastante llevadero y agradable.









A través de espectaculares arrozales y campos de cultivo, nos íbamos encontrando con algunos aldeanos, gente humilde, sencilla y extremadamente amable, con los que Robin compartía algunas palabras. Se notaba que nuestro guía conocía bien el terreno y gozaba de bastante carisma entre la población autóctona. Demostró ser toda una fuente de información, especialmente sobre botánica y naturaleza en general. Aunque también, cuando se animaba y se soltaba la lengua, nos ponía al tanto de cuestiones sociales, económicas y políticas, de las que normalmente la gente no habla en este país. Muy grande nuestro Robin.

Robin, explicando lo bueno que son esas frutas para el estreñimiento




Después de la parada en la estación de Myin Daik, continuamos el camino hasta la aldea de Ywan Ya, donde pasaríamos nuestra primera noche de la ruta. A estas alturas ya empezábamos a notar el buen ambiente que se respiraba en el grupo. En los tres días que caminamos juntos no hubo ningún mal rollo, al contrario, todo era buen humor e interesantes conversaciones. Es curioso como gente que hace unas horas no se conocía de nada, puede llegar a entablar lazos de amistad en tan poco tiempo, en circunstancias como estas, donde se comparten las veinticuatro horas de un día, marchando por lugares tan idílicos. Esta es la magia del viaje.





















Una hora antes del anochecer, llegamos a la casa de una familia, la cual nos acogió en una de sus habitaciones. La vivienda era muy sencilla como todas las de la zona que recorrimos, sin camas (dormimos en esterillas), sin luz eléctrica ni ducha (nos lavamos con cubos de agua sacados de una alberca) ni otras comodidades. Y así lleva la gente viviendo generación tras generación en las zonas rurales de Myanmar y tantos países del mundo, con lo básico, sin accesorios ni chominadas. ¿Seríamos capaces de vivir en estas condiciones durante mucho tiempo? Quien sabe, pero posiblemente muy pronto estaríamos echando en falta herramientas como Internet, por ejemplo, el horno microondas, o la cafetera. Qué dependientes nos hemos vuelto de las nuevas tecnologías, ¿verdad?

A la derecha, nuestro "hostal" de la primera noche


Con un cielo lleno de estrellas (llevaba años sin ver un mapa celeste tan completo), un frío que aumentaba conforme caía la noche, y sin más ruido que el de los ratoncillos que correteaban por las paredes del cobertizo, nos dormimos (algunos más bien, intentamos dormir), pensando en que maravillas nos quedaban aún por ver en esta aventura. Esto no había hecho más que comenzar.



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