lunes, 1 de abril de 2013

Día 11: Paso ligero




Embutidos en nuestras mantas, nos levantamos tiritando, deseosos de emprender la marcha y que saliera pronto el sol. Aquella noche había soñado que nevaba, para que os hagáis una idea del frío que pasamos. Es tremendo el cambio de temperatura del día a la noche que se experimenta en esta región, así que id preparados con alguna prenda de abrigo, aunque sea una rebeca. Eso sí, contemplar el paisaje rural durante las primeras horas de la mañana es una pasada.




A lo largo de la segunda jornada, seguimos caminando por senderos, rodeados de impresionantes paisajes, atravesando puentecillos de bambú y deteniéndonos en aldeitas, donde los locales nos brindaban su hospitalidad. En la anterior entrada se me pasó comentar la pausa que hicimos en la vivienda del curandero de la aldea, un anciano de 90 años que no cesaba de fumar “cheroots”, los cigarros tradicionales en Myanmar. Estuvimos un buen rato haciéndole compañía y conociendo algo de sus remedios herbales para todo tipo de problemas de salud. Nos preguntamos dónde estaba el secreto para que ese señor se conservara tan bien. Esto es algo que uno nota cuando recorre las zonas rurales birmanas, como personas que aparentan cincuenta o sesenta años, finalmente resultan ser octogenarios.






En Myanmar existen más de 100 grupos étnicos. Uno de las más numerosos es el de los Pao, del cual íbamos encontrando más y más miembros conforme nos acercábamos a las montañas que rodean el lago Inle. Su característica más distintiva es el turbante hecho de lana que llevan las mujeres sobre la cabeza que, según una leyenda simboliza la cabeza de un dragón. Esta etnia como tantas otras en el país, cuentan con comunidades vecinales que se encargan de proteger y mantener vivas sus costumbres y su lengua, contando cada aldea con una pequeña escuela para este fin. Aún hoy siguen abiertos diversos conflictos étnicos en algunas regiones, debido a la represión de la junta militar sobre las minorias y la lucha de estos grupos por no perder su identidad cultural.


Tras una jornada intensiva, con algunas partes durillas especialmente antes del almuerzo, llegamos a nuestra meta del día, el monasterio budista de Htait Tain. Un lugar encantador situado en la cima de una colina y rodeado de bosques. Resultaba curioso ver como todos sus habitantes, aparte del abad, eran niños. En Myanmar, todo budista tiene que pasar un tiempo haciendo vida de monje, al menos durante la infancia, como parte de su proceso educativo. En el monasterio, aparte de rezar y aprender las sagradas escrituras, realizan trabajos manuales y se divierten jugando con otros niños de su edad.




La noche cayó enseguida, de nuevo un manto de estrellas espectacular y esterillas donde reposar. Esta vez no hizo tanto frío, y el cansancio acumulado ayudó a conciliar el sueño rápidamente. El día más duro de todo el viaje, en términos de energía consumida, había llegado a su fin. 


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario