Tras la
marcha de Lucia, por la mañana temprano, empezaba una nueva etapa
del viaje, en la que pasaría 11 días viajando solo por algunos
pueblos del norte, en la región Shan. Pero antes de ponerme en
marcha hacia esa parte del país, decidí quedarme un día entero en
Mandalay, en plan relax, para reponer fuerzas. No tenía ningún plan
en mente, simplemente pillé un mapa de la ciudad y me puse a caminar
sin más, pasando por mercadillos, pagodas y esquivando los
insistentes moto-taxistas que, apostados en cada esquina, no dejan de
ofrecerte sus servicios. Al principio pueden resultar un poco
cargantes, pero finalmente, tras un par de horas diciendo que no, que
no queremos ir en moto, acaba uno por ignorarlos directamente.
Caminar por
las calles de Mandalay no es algo especialmente atractivo para el
turista. El tráfico es endemoniado, con motoristas apareciendo por
cualquier rincón, y apenas espacio en las aceras para los peatones.
En esto me recordó en parte a Delhi, aunque mucho menos exagerado y
sin vacas sagradas. Me llamó la atención la multiculturalidad de la
ciudad, lo que dota de interés el paseo. Aparte de templos budistas
por doquier, hay una importante comunidad hindú, con sus
característicos templos, algunos sijs, barriadas musulmanas con sus
mezquitas y algunas iglesias cristianas.
Al llegar a las inmediaciones de la estación de trenes, descubrí algunos centros comerciales al estilo occidental, dirigidos a las clases más acomodadas de la ciudad, con tiendas de moda, restaurantes de comida rápida, etc. Me resultó chocante ver todo esto así de golpe. Justo unos minutos antes, había pasado por una calle donde los niños correteaban descalzos, mientras sus madres dormían tendidas en el suelo junto a montones de basura... Un contraste brutal que no presenciaba desde que estuve en la India.
Muy cerca
también de la estación hay un restaurante local, donde paré a
almorzar No creo que aparezca en ninguna guía de viajes, pero comí
de maravilla. Además el dueño es muy buena gente y habla muy bien
inglés. Es todo comida local. Si pedís un set, por menos de 2000
kyats os ponen el plato principal que elijáis, acompañado de dos
sopas, y otros platillos de verduras (cuidado que algunos pican un
montón). Estaba todo riquísimo, casi reviento.
Esta es la entrada del bareto |
Por la tarde
había quedado con Ona, una chica lituana que también estaba de
viaje, y a la que conocí a través de Couchsurfing. Me anime por un
momento a retomar mi lituano pero, en cuanto empecé a mezclarlo con
palabras rusas, decidí dejarlo. Fuimos a cenar de nuevo al Nay Cafe,
donde intercambiamos nuestras experiencias hasta el momento y
hablamos de nuestros futuros planes. Ella también tenía pensado ir
para el norte, aunque un poco más tarde. Yo, por mi parte, tenía
planeado salir a la mañana siguiente, rumbo al pueblecito de Pyin U
Lwin, donde comenzaría mi fase solitaria en Myanmar aunque, como
veréis en las próximas entradas, al final no me iba a faltar
compañía. Lo que casi siempre suele pasar en este tipo de
aventuras.
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