miércoles, 10 de abril de 2013

Día 13: Mandalay y su colina

Como es habitual cuando se toma un autobús nocturno en Myanmar, la llegada es siempre a horas intempestivas, a las tantas de la madrugada. Para colmo, las estaciones para trayectos de larga distancia, suelen estar bastante alejadas del centro de las ciudades, con lo que no hay más remedio que pillar un taxi y aceptar lo que te casquen (siendo extranjero y a esas horas, las tarifas no suelen ser muy razonables que digamos). Por suerte, un chaval nos dijo que existía la posibilidad de continuar en el autobús, el cual paraba cerca de la torre del reloj, en pleno centro de Mandalay. Le hicimos caso, y allí aparecimos, sin necesidad de taxi ni nada, a escasos metros del hotel donde planeábamos quedarnos ese día. Todo genial, lo único malo es que no se veía ni torta. Imaginaos una ciudad completamente a oscuras, sin ninguna farola encendida, ni más luz que la que desprendían los faros de las motos que pasaban de vez en cuando. Hubiera sido acojonante, de no ser porque Myanmar, como ya he comentado antes, es un país enormemente seguro y se puede andar por la calle a cualquier hora sin temor alguno (salvo a caer en algún agujero).

Torre del Reloj, ya de día


Tras una espera en los sofás de la recepción del hotel, y una buena ducha para reponer fuerzas tras los 3 días de senderismo, salimos a dar una vuelta por Mandalay, camino de uno de sus puntos más emblemáticos: Mandalay Hill. Esta colina, de unos 250 metros de altitud, está coronada por diversas pagodas budistas, que se expanden a lo largo de su pendiente. Antes de comenzar a ascender, se puede visitar algunos pequeños templos, como la pagoda Sandamuni, con sus características estupas blancas, o la de Kuthodaw , en la que también merece la pena hacer un alto.


Para subir a la cima de la colina se puede ir a pie o en unos de esos carricoches compartidos, tan típicos en este país. Teniendo en cuenta nuestra fatiga acumulada y el calor que empezaba a hacer ya a esas horas, nos decantamos por la segunda opción. Llegamos a la cumbre, la terraza de la pagoda Sutaungpyei que no es gran cosa pero tiene una vistas estupendas. La bajada la hicimos poco a poco, parando a comer por el camino, y descalzos todo el tiempo. Esto es algo que nos chocó, que por un lado pongan tanto cuidado a que todo el mundo vaya sin zapatos desde el principio hasta el final de las escaleras, y por otra parte, había tiendecillas de souvenirs en cada terraza. No me entra a mí estas incongruencias de las religiones, sean del signo que sea.

Entrada principal de la colina

¡Ojo!


Una vez a los pies de la colina, nos detuvimos a tomar una birrita y a degustar por primera vez en nuestro viaje algo tan típico en Myanmar como es el koon ya. Es el equivalente birmano al paan indio, un cilindrito hecho con hojas de betel, y relleno de pedacitos de nuez de areca, sazonado con una especie de pasta líquida blanca. Los locales lo mastican y escupen la saliva que se va formando. Por lo visto es tremendamente adictivo y su consumo excesivo puede derivar en cáncer de boca. Nosotros lo probamos y no nos gustó nada, nos resultó muy amargo la verdad, aunque a los birmanos les encanta.



Aledaños del Palacio Real con la colina al fondo














Después de una estupenda cena en Nay Cafe, un restaurante indio entre la calle 82 y la 27, el cual no os podéis perder, Lucia y yo nos despedimos como tiene que ser, es decir, con una buena cerveza fría. Su experiencia birmana tocaba a su fin. Qué rápido que se nos había pasado el tiempo viajando juntos y qué buenos recuerdos que nos llevábamos de la experiencia, los cuales ahora volvemos a rememorar, ella leyendo y yo escribiendo. Luchi, eres una grande y una compañera de viajera genial, a ver si en el futuro tenemos la suerte de volver a recorrer mundo.

¡Hasta la próxima, che!





























No hay comentarios:

Publicar un comentario