Como es
habitual cuando se toma un autobús nocturno en Myanmar, la llegada
es siempre a horas intempestivas, a las tantas de la madrugada. Para
colmo, las estaciones para trayectos de larga distancia, suelen estar
bastante alejadas del centro de las ciudades, con lo que no hay más
remedio que pillar un taxi y aceptar lo que te casquen (siendo
extranjero y a esas horas, las tarifas no suelen ser muy razonables
que digamos). Por suerte, un chaval nos dijo que existía la
posibilidad de continuar en el autobús, el cual paraba cerca de la
torre del reloj, en pleno centro de Mandalay. Le hicimos caso, y allí aparecimos, sin necesidad de taxi ni nada, a escasos metros del hotel
donde planeábamos quedarnos ese día. Todo genial, lo único malo es
que no se veía ni torta. Imaginaos una ciudad completamente a
oscuras, sin ninguna farola encendida, ni más luz que la que
desprendían los faros de las motos que pasaban de vez en cuando.
Hubiera sido acojonante, de no ser porque Myanmar, como ya he
comentado antes, es un país enormemente seguro y se puede andar por
la calle a cualquier hora sin temor alguno (salvo a caer en algún agujero).
Torre del Reloj, ya de día |
Tras una
espera en los sofás de la recepción del hotel, y una buena ducha
para reponer fuerzas tras los 3 días de senderismo, salimos a dar
una vuelta por Mandalay, camino de uno de sus puntos más
emblemáticos: Mandalay Hill. Esta colina, de unos 250 metros de
altitud, está coronada por diversas pagodas budistas, que se
expanden a lo largo de su pendiente. Antes de comenzar a ascender, se
puede visitar algunos pequeños templos, como la pagoda Sandamuni,
con sus características estupas blancas, o la de Kuthodaw , en la
que también merece la pena hacer un alto.
Para
subir a la cima de la colina se puede ir a pie o en unos de esos
carricoches compartidos, tan típicos en este país. Teniendo en
cuenta nuestra fatiga acumulada y el calor que empezaba a hacer ya a
esas horas, nos decantamos por la segunda opción. Llegamos a la
cumbre, la terraza de la pagoda Sutaungpyei que
no es gran cosa pero tiene una vistas estupendas. La bajada la
hicimos poco a poco, parando a comer por el camino, y descalzos todo
el tiempo. Esto es algo que nos chocó, que por un lado pongan tanto
cuidado a que todo el mundo vaya sin zapatos desde el principio hasta
el final de las escaleras, y por otra parte, había tiendecillas de
souvenirs en cada terraza. No me entra a mí estas incongruencias de
las religiones, sean del signo que sea.
Entrada principal de la colina |
¡Ojo! |
Una vez a
los pies de la colina, nos detuvimos a tomar una birrita y a degustar
por primera vez en nuestro viaje algo tan típico en Myanmar como es
el koon ya. Es el equivalente birmano al paan indio, un
cilindrito hecho con hojas de betel, y relleno de pedacitos de nuez
de areca, sazonado con una especie de pasta líquida blanca. Los
locales lo mastican y escupen la saliva que se va formando. Por lo
visto es tremendamente adictivo y su consumo excesivo puede derivar
en cáncer de boca. Nosotros lo probamos y no nos gustó nada, nos
resultó muy amargo la verdad, aunque a los birmanos les encanta.
Aledaños del Palacio Real con la colina al fondo |
Después de una estupenda cena en Nay Cafe, un restaurante indio entre la calle 82 y la 27, el cual no os podéis perder, Lucia y yo nos despedimos como tiene que ser, es decir, con una buena cerveza fría. Su experiencia birmana tocaba a su fin. Qué rápido que se nos había pasado el tiempo viajando juntos y qué buenos recuerdos que nos llevábamos de la experiencia, los cuales ahora volvemos a rememorar, ella leyendo y yo escribiendo. Luchi, eres una grande y una compañera de viajera genial, a ver si en el futuro tenemos la suerte de volver a recorrer mundo.
¡Hasta la
próxima, che!
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