No todos los días puede
uno decir que se ha despertado oyendo monjes budistas recitando
mantras. Así fue como amanecimos el tercer y último día de
“trekking”, en el que llegaríamos a nuestra meta: el famoso lago Inle.
En esta jornada, el recorrido se nos hizo bastante ligero y terminamos
muy pronto, a eso de las 2 de la tarde. Durante esa mañana,
continuamos disfrutando de magníficos paisajes y aprendiendo de las
observaciones que de cuando en cuando hacía Robin, que seguía
marcando incansable el ritmo de la marcha. Tras los dos días de caminata, las fuerzas del grupo empezaban a flaquear, pero
manteníamos el buen humor y las ganas de seguir descubriendo caminos
y gente.
Conforme el sendero se va
haciendo cuesta abajo, empiezan a vislumbrarse las aldeitas a la
orilla del lago Inle. Detuvimos la marcha en Inn Tain, un pueblecito
donde nos topamos de lleno con el turismo en masa y aldeanos ávidos
de dinero foráneo. Fue un gran “shock” el vernos rodeados de
grupos de turistas con ropas inmaculadas, y mercaderes intentando
endosarnos un souvenir, tras estos tres días en plena
naturaleza, y prácticamente aislados de todo. Tras un rato que
aprovechamos para descansar (no habíamos parado apenas desde que
salimos del monasterio), llegó la barca que nos llevaría a
Nyaungshwe, el poblado principal de la zona y donde se encuentra la
mayoría de hostales. Tardamos alrededor de una hora en atravesar el
lago. En el trayecto pudimos ver algunos pescadores faenando y
mostrando una de las peculiaridades de este lugar, que no es otra
cosa que usar un pie para remar. La tranquilidad de las aguas
facilitan que mantengan el equilibrio y no se caigan.
No olvidéis protegeros bien del sol, a ver si os va a dar un "malo". |
Finalmente, llegamos al
hostal donde esperaban nuestras mochilas. Había llegado la hora de
despedirnos. Nos dio un poco de penilla el decir adiós, justo cuando
más cohesionado parecía el grupo, pero no nos quedaba otra. Fueron
68 kilómetros de camino juntos, compartiendo historias y
pensamientos, y apoyándonos para no bajar el ritmo en los momentos
más duros. Una experiencia memorable, plena y enriquecedora, gracias
al buen ambiente que mantuvimos en todo momento y, por
supuesto, a la labor de nuestro guía, el gran Robin de los bosques.
Punto y final. |
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