La mañana de este día
vino marcada por el esperado reencuentro con Lucia. Yo ya pensaba que
no nos veríamos más, ya que los dos andábamos sin conexión por
esos caminos, pero al final allí apareció fragante y sonriente, la
que sería mi compañera de viaje los siguientes doce días. Como yo
había llegado un día antes, le recomendé visitar la misma área
que yo había hecho la jornada anterior, mientras que yo tiraba para
otro lugar. Durante el desayuno, había escuchado a un grupo de
viajeros que tenían planeado compartir un coche para ir de excursión
al monte Popa, un lugar bastante pintoresco, a unos 50 kilómetros de
Bagan. Me sonó bien, así que me acoplé a ellos.
El principio de la subida hasta la cima |
El monte Popa es un volcán
inactivo en cuya cima se halla el monasterio Taung Kalat, que cada
año es visitado por miles de peregrinos del país. La cantidad de
devotos que recibe es tal que se le conoce con el sobrenombre del
Monte Olimpo de Myanmar. Es el principal santuario de los nats,
o espíritus que se encuentran en todas las cosas, en los ríos, las
rocas, el fuego, etc. Este culto de tipo animista era la religión
primitiva en Myanmar hasta que fue asimilado por el budismo. Hoy día
se sigue rindiendo culto a estos espíritus, mezclando los rituales
arcaicos con los propios del budismo.
Otra
particularidad que tiene este lugar es la importante afluencia de
monos, que corretean por las escaleras y balconadas en busca de
comida. Me recordó a la India, con esos simios ávidos de chucherías,
traídas por los turistas. Estos del monte Popa eran un poco más tranquilos y
molestaban menos.
Qué monos que son |
Para llegar al punto más
alto hay que subir 777 escalones, en los que nos vamos cruzando,
aparte de micos, multitud de monjes y vendedores de souvenirs.
Las vistas que se disfrutan desde arriba, hacen que la escalada
merezca la pena. Aunque, a decir verdad, es más espectacular la
imagen que se tiene desde abajo, con el monasterio coronando la
montaña.
Se recomienda no vestir
ropa roja, ni negra ni verde, ni traer carne de cerdo ya que, según
la superstición birmana, podría ofender a los espíritus.
A la vuelta llegó el
momento de ponerme al día con Lucía, y planear el resto del viaje
que nos quedaba por delante. La idea era pasar un día más en Bagan,
y luego a la noche tirar rumbo a Yangon en un autobús nocturno. Todo
genial, aunque esa noche la cena al estilo nepalí no me sentó
especialmente bien y los retortijones estomacales me dieron los
buenos días a la mañana siguiente. ¡Si es que no escarmiento con
los currys!
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