martes, 12 de marzo de 2013

Día 5: Paseando por Yangon




La llegada a Yangon, la ciudad más grande de Myanmar y capital del país hasta el año 2005 (ahora es Naypyidaw), fue más temprano de lo que esperábamos, alrededor de las 5 de la mañana. No nos quedó más remedio que importunar el sueño a nuestro huésped, Colin, un chaval americano muy majo con el que contactamos a través de Couchsurfing, y que se portó de lujo con nosotros. Para los miembros de esta página que planeen viajar por este país, contactando con posibles huéspedes, hay que tener en cuenta que a los birmanos se les tiene prohibido alojar en casa a ningún extranjero (los foráneos residentes en Myanmar, como Colin, si que pueden). Otra cosa importante, si no queréis pasarlas canutas para encontrar direcciones, es aprender como se escriben los números en birmano, que se utilizan más que los árabes en las puertas de los domicilios. ¡Atiende!






Después de un breve descanso en el sofá de Colin, nos acicalamos y salimos a dar una vuelta por los alrededores. A cinco minutos a pié de donde nos alojamos, estaba el lago Inya, rodeado de preciosos jardines y paseos. Muy cerquita está la Universidad de Yangon y también la residencia oficial de la carismática líder política y defensora de los Derechos Humanos en su país, Aung San Suu Kyi. Lamentablemente, lo único que se puede ver del recinto es un bonito muro que impide el paso a los curiosos.



Lago Inya
Monasterio cerca del lago


La mejor manera de moverse por Yangon es utilizando los autobuses locales. Hay multitud de líneas y suelen pasar con relativa frecuencia. El principal inconveniente es que durante determinadas horas se convierten en latas de sardinas con ruedas, y hay que viajar totalmente apretujado entre los estoicos usuarios que soportan todo tipo de achuchones y pisotones sin rechistar. Crucial es la labor del revisor, que va acomodando (más bien acoplando) a los viajantes cuales fichas de Tetris. Todo una experiencia que nos recordó en cierto modo a lo vivido en la India. Otra particularidad de los autobuses de Yangon son sus peculiares anuncios publicitarios (la mayoría publicitaban medicamentos) a los que nos dio por coleccionar.






Nuestro primer autobús del día nos dejó en Sula Paya, una rotonda en cuyo centro hay una pagoda budista, que supuestamente aloja un pelo de Buda en su interior. Mirando alrededor se puede comprobar la enorme diversidad cultural y religiosa de la ciudad, con una iglesia cristiana a un lado y una mezquita al otro, así como la importante huella colonial en algunos edificios. En cuanto al tráfico, no llega a ser tan caótico como en Mandalay, principalmente por la ausencia de ciclomotores y bicicletas, que tienen prohibido el acceso a las principales vías de circulación.







Una de las cosas que más nos gustó de Yangon (y de todo Myanmar en general) es la cantidad de puestos callejeros de comida y bebida esparcidos por todas partes. Esto dota de colorido y ambiente a las calles, repletas de vida y movimiento. Es difícil resistir la tentación y no sentarse en una de esas sillitas de plástico tan características, y tomarse un zumo de frutas, un plato de fideos o un pincho de lo que sea.


Volviendo al piso, se ve que nos pilló la hora chunga y nos tragamos un atasco del copón. Para colmo el autobús iba hasta los topes y apenas quedaba un centímetro libre, una odisea. Ya en casa, conocimos a Fabian, un chaval francés muy buena gente, otro viajero suizo, y el vecino birmano-americano de Colin. Nos fuimos todos juntos a echar unas cervecitas para rematar el día. Os recomiendo la marca Myanmar que, aparte de rica, si estáis atentos a las chapas, podéis llevaros algún premio, como otra botella de regalo. ¡Buena suerte!




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