La
llegada a Yangon, la ciudad más grande de Myanmar y capital del país
hasta el año 2005 (ahora es Naypyidaw),
fue más temprano de lo que esperábamos, alrededor de las 5 de la
mañana. No nos quedó más remedio que importunar el sueño a nuestro huésped,
Colin, un chaval americano muy majo con el que contactamos a través
de Couchsurfing, y que se portó de lujo con nosotros. Para los miembros de esta página que planeen viajar
por este país, contactando con posibles huéspedes, hay que tener en
cuenta que a los birmanos se les tiene prohibido alojar en casa a
ningún extranjero (los foráneos residentes en Myanmar, como
Colin, si que pueden). Otra cosa importante, si no queréis pasarlas
canutas para encontrar direcciones, es aprender como se escriben los
números en birmano, que se utilizan más que los árabes en las
puertas de los domicilios. ¡Atiende!
Después de un breve descanso en el sofá de Colin, nos acicalamos y salimos a dar una vuelta por los alrededores. A cinco minutos a pié de donde nos alojamos, estaba el lago Inya, rodeado de preciosos jardines y paseos. Muy cerquita está la Universidad de Yangon y también la residencia oficial de la carismática líder política y defensora de los Derechos Humanos en su país, Aung San Suu Kyi. Lamentablemente, lo único que se puede ver del recinto es un bonito muro que impide el paso a los curiosos.
Lago Inya |
Monasterio cerca del lago |
La mejor
manera de moverse por Yangon es utilizando los autobuses locales. Hay
multitud de líneas y suelen pasar con relativa frecuencia. El
principal inconveniente es que durante determinadas horas se
convierten en latas de sardinas con ruedas, y hay que viajar
totalmente apretujado entre los estoicos usuarios que soportan todo
tipo de achuchones y pisotones sin rechistar. Crucial es la labor del
revisor, que va acomodando (más bien acoplando) a los viajantes
cuales fichas de Tetris. Todo una experiencia que nos recordó en
cierto modo a lo vivido en la India. Otra particularidad de los
autobuses de Yangon son sus peculiares anuncios publicitarios (la
mayoría publicitaban medicamentos) a los que nos dio por
coleccionar.
Nuestro
primer autobús del día nos dejó en Sula Paya, una rotonda en cuyo
centro hay una pagoda budista, que supuestamente aloja un pelo de
Buda en su interior. Mirando alrededor se puede comprobar la enorme diversidad
cultural y religiosa de la ciudad, con una iglesia cristiana a un
lado y una mezquita al otro, así como la importante huella colonial
en algunos edificios. En cuanto al tráfico, no llega a
ser tan caótico como en Mandalay, principalmente por la ausencia de
ciclomotores y bicicletas, que tienen prohibido el acceso a las
principales vías de circulación.
Una de las
cosas que más nos gustó de Yangon (y de todo Myanmar en general)
es la cantidad de puestos callejeros de comida y bebida esparcidos
por todas partes. Esto dota de colorido y ambiente a las calles,
repletas de vida y movimiento. Es difícil resistir la tentación y
no sentarse en una de esas sillitas de plástico tan características,
y tomarse un zumo de frutas, un plato de fideos o un pincho de lo que
sea.
Volviendo al
piso, se ve que nos pilló la hora chunga y nos tragamos un atasco
del copón. Para colmo el autobús iba hasta los topes y apenas
quedaba un centímetro libre, una odisea. Ya en casa, conocimos a
Fabian, un chaval francés muy buena gente, otro viajero suizo, y el
vecino birmano-americano de Colin. Nos fuimos todos juntos a echar
unas cervecitas para rematar el día. Os recomiendo la marca Myanmar
que, aparte de rica, si estáis atentos a las chapas, podéis
llevaros algún premio, como otra botella de regalo. ¡Buena suerte!
No hay comentarios:
Publicar un comentario