miércoles, 27 de febrero de 2013

Día 1: ¡"Mingalaba" Myanmar!

Uno se da cuenta de que ha llegado a un país completamente diferente desde el primer momento en el que aterriza el avión. Exactamente, unos minutos antes, cuando mirando por la ventanilla, ves que no hay absolutamente nada, ni edificios, ni fábricas, ni nada, alrededor del aeropuerto. Lo único que uno ve es extensiones desérticas de sábana, rebaños de cabras y alguna que otra pagoda en el horizonte. Bienvenido al aeropuerto internacional de Mandalay, situado a 45 kilómetros de la ciudad. No hay de momento ningún medio de transporte local que conecte ambos lugares, así que no queda más remedio que pillar un taxi, generalmente compartido. Por suerte no hace falta regatear ya que el precio está fijado (4 dolares por persona).

Una de las primeras cosas que hay que hacer al llegar a Myanmar es cambiar dinero. Cierto que para muchos servicios, como hoteles o transportes de larga distancia, es posible usar dolares, pero es mucho más práctico si tenemos a mano algunos fajos de “kyats” (pronunciado “chiats”), la divisa local. Se puede ir cambiando algo en el aeropuerto para salir del paso, pero es mejor hacer el cambio en la ciudad, ya sea en un banco o en algún otro comercio (yo cambié mis primeros 100 dolares en una joyería regentada por chinos). Es mejor ir cambiando dolares con billetes de 100, sale mejor (entre 850 y 860 kyats por dólar).

¡Ojo!, aviso muy importante. Es conveniente que los dolares (o euros) que traigáis estén en perfecto estado. Ni arrugas, ni dobleces, ni minúsculos agujeritos. Cualquier pega que el empleado de turno perciba, valdrá para que os den vuestro dinero como invalido. Y esto os puede hacer un mal rato, ya que a día de hoy, los cajeros automáticos que aceptan tarjetas de crédito extranjeras en Myanmar son casi inexistentes. Así que mucha atención a este punto para los que tengáis pensado viajar.

Nada más llegar a Mandalay, me fui directo al centro de arte en el que trabaja Angela, una chica birmana de origen chino, a la que conocí a través de Couchsurfing, y en cuya oficina deje el abrigo que traía de China, y que no me iba a servir de mucho durante este viaje. Aparte de ayudarme a guardar la ropa hasta mi marcha, Angela me ayudo sobremanera a moverme por la ciudad, recomendándome lugares a donde ir, donde comprar tal o cual cosa, etc. Si a alguien le interesa el arte contemporáneo, os dejo la dirección de su centro, merece la pena la visita (dadle recuerdos de mi parte si os pasáis por ahí, es una gran persona):Dreamland Art Studio, en la esquina entre la calle 69 y la 37 (si, Mandalay es como aquella canción de U2, "Where the streets have no name"...)

Fachada principal del centro

Mis primeros paseos por Mandalay fueron un poco sin rumbo, simplemente haciendo tiempo hasta la noche, cuando tomaría el autobús que me llevaría a Bagan, primer destino del viaje. Calle arriba, calle abajo, empecé a darme cuenta del carácter afable y jovial de los birmanos, y pude descubrir ciertas escenas cotidianas que me recordaron a mi experiencia en la India: esa gente lavándose en plena calle, ese señor mayor en cuclillas fumándose un puro y sonriendome, esas señoras que vienen del mercado cargando sus compras en la cabeza.... impresiones y sensaciones que empezaban ya a hacerme sentir como en una especie de sueño. Myanmar empezaba a enamorarme.



Una de las anécdotas de ese día ocurrió cuando un grupo de niños, que jugaban al fútbol en plena carretera, me preguntó que de donde era. Cuando les dije que era español, empezaron a chillar y me tiraron el balón para que demostrara mis dotes futbolísticas. Tras dar dos o tres pataditas, emulando a Julio Salinas, para salir del paso, continúe mi camino con la sonrisa en los labios. Es curioso como, a pesar de que este país ha estado tanto tiempo aislado y desinformado, el fútbol es algo que rompe fronteras y hasta los esquimales saben que ganamos el mundial. Bueno, mejor que nos conozcan por buenos futbolistas que por corruptos.

Ya de noche en la estación, mientras esperaba el bus, conocí a una guía turística local, Thae Thae (que significa “corazón”), que me estuvo dando algunos consejos sobre lugares a visitar, y a la que volvería a encontrar semanas más tarde a la vuelta. Me acomodé en mi asiento con buenas vibraciones, pero sin sospechar lo chungo que iba a ser el trayecto hasta Bagan. Y es que el aire acondicionado estaba a tope (eso parecía una nevera con ruedas) y me había dejado la única rebeca que llevaba dentro de la mochila, que iba en el maletero. Consejo: Si vais en un autobús nocturno en Myanmar, id siempre bien abrigados si no las queréis pasar canutas.

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