Uno se da cuenta de
que ha llegado a un país completamente diferente desde el primer
momento en el que aterriza el avión. Exactamente, unos minutos
antes, cuando mirando por la ventanilla, ves que no hay absolutamente
nada, ni edificios, ni fábricas, ni nada, alrededor del aeropuerto.
Lo único que uno ve es extensiones desérticas de sábana, rebaños
de cabras y alguna que otra pagoda en el horizonte. Bienvenido al
aeropuerto internacional de Mandalay, situado a 45 kilómetros de la
ciudad. No hay de momento ningún medio de transporte local que
conecte ambos lugares, así que no queda más remedio que pillar un
taxi, generalmente compartido. Por suerte no hace falta regatear ya
que el precio está fijado (4 dolares por persona).
Una de las primeras
cosas que hay que hacer al llegar a Myanmar es cambiar dinero. Cierto
que para muchos servicios, como hoteles o transportes de larga
distancia, es posible usar dolares, pero es mucho más práctico si
tenemos a mano algunos fajos de “kyats” (pronunciado “chiats”),
la divisa local. Se puede ir cambiando algo en el aeropuerto para
salir del paso, pero es mejor hacer el cambio en la ciudad, ya sea en
un banco o en algún otro comercio (yo cambié mis primeros 100
dolares en una joyería regentada por chinos). Es mejor ir cambiando
dolares con billetes de 100, sale mejor (entre 850 y 860 kyats por
dólar).
¡Ojo!, aviso muy
importante. Es conveniente que los dolares (o euros) que traigáis
estén en perfecto estado. Ni arrugas, ni dobleces, ni minúsculos
agujeritos. Cualquier pega que el empleado de turno perciba, valdrá
para que os den vuestro dinero como invalido. Y esto os puede hacer
un mal rato, ya que a día de hoy, los cajeros automáticos que
aceptan tarjetas de crédito extranjeras en Myanmar son casi inexistentes. Así
que mucha atención a este punto para los que tengáis pensado
viajar.
Nada más llegar a
Mandalay, me fui directo al centro de arte en el que trabaja Angela,
una chica birmana de origen chino, a la que conocí a través de
Couchsurfing, y en cuya oficina deje el abrigo que traía de China, y
que no me iba a servir de mucho durante este viaje. Aparte de
ayudarme a guardar la ropa hasta mi marcha, Angela me ayudo
sobremanera a moverme por la ciudad, recomendándome lugares a donde
ir, donde comprar tal o cual cosa, etc. Si a alguien le interesa el
arte contemporáneo, os dejo la dirección de su centro, merece la
pena la visita (dadle recuerdos de mi parte si os pasáis por ahí,
es una gran persona):Dreamland Art Studio, en la esquina entre la calle 69 y la 37 (si, Mandalay es como aquella canción de U2, "Where the streets have no name"...)
Fachada principal del centro
Mis primeros paseos
por Mandalay fueron un poco sin rumbo, simplemente haciendo tiempo
hasta la noche, cuando tomaría el autobús que me llevaría a Bagan,
primer destino del viaje. Calle arriba, calle abajo, empecé a darme cuenta del carácter
afable y jovial de los birmanos, y pude descubrir ciertas escenas
cotidianas que me recordaron a mi experiencia en la India: esa gente
lavándose en plena calle, ese señor mayor en cuclillas fumándose
un puro y sonriendome, esas señoras que vienen del mercado cargando
sus compras en la cabeza.... impresiones y sensaciones que empezaban
ya a hacerme sentir como en una especie de sueño. Myanmar empezaba a
enamorarme.
Una de las anécdotas
de ese día ocurrió cuando un grupo de niños, que jugaban al fútbol
en plena carretera, me preguntó que de donde era. Cuando les dije
que era español, empezaron a chillar y me tiraron el balón para que
demostrara mis dotes futbolísticas. Tras dar dos o tres pataditas,
emulando a Julio Salinas, para salir del paso, continúe mi camino
con la sonrisa en los labios. Es curioso como, a pesar de que este
país ha estado tanto tiempo aislado y desinformado, el fútbol es
algo que rompe fronteras y hasta los esquimales saben que ganamos el
mundial. Bueno, mejor que nos conozcan por buenos futbolistas que por
corruptos.
Ya de noche en la
estación, mientras esperaba el bus, conocí a una guía turística
local, Thae Thae (que significa “corazón”), que me estuvo dando
algunos consejos sobre lugares a visitar, y a la que volvería a
encontrar semanas más tarde a la vuelta. Me acomodé en mi asiento
con buenas vibraciones, pero sin sospechar lo chungo que iba a ser el
trayecto hasta Bagan. Y es que el aire acondicionado estaba a tope
(eso parecía una nevera con ruedas) y me había dejado la única
rebeca que llevaba dentro de la mochila, que iba en el maletero.
Consejo: Si vais en un autobús nocturno en Myanmar, id siempre bien
abrigados si no las queréis pasar canutas.
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