A primeras
horas de la mañana, conocimos por fin a quienes serían los componentes
de nuestro grupo. Aparte de Lucia y yo, había un francés que
también curra en China, dos chicas de Nueva Zelanda, y una pareja
formada por una francesa y un chaval muy majo de Benin. Contando a
nuestro guía, que resultó ser Robin, estaban representados los
cinco continentes, nota curiosa. Los primeros kilómetros de
caminata, por los alrededores de Kalaw, sirvieron para entrar en
calor, ir conociéndonos y tomar contacto con el campo birmano y su
variedad de terrenos y paisajes. En un momento pasábamos de
humedales (aunque en esta época está todo más bien seco) a laderas
rocosas, o senderos de arena caliza. Salvando algunas zonas más
empinadas, en general se nos hizo todo bastante llevadero y
agradable.
A través de
espectaculares arrozales y campos de cultivo, nos íbamos encontrando
con algunos aldeanos, gente humilde, sencilla y extremadamente
amable, con los que Robin compartía algunas palabras. Se notaba que
nuestro guía conocía bien el terreno y gozaba de bastante carisma
entre la población autóctona. Demostró ser toda una fuente de
información, especialmente sobre botánica y naturaleza en general.
Aunque también, cuando se animaba y se soltaba la lengua, nos ponía
al tanto de cuestiones sociales, económicas y políticas, de las que
normalmente la gente no habla en este país. Muy grande nuestro
Robin.
Robin, explicando lo bueno que son esas frutas para el estreñimiento |
Después de
la parada en la estación de Myin Daik, continuamos el camino hasta
la aldea de Ywan Ya, donde pasaríamos nuestra primera noche de la
ruta. A estas alturas ya empezábamos a notar el buen ambiente que se
respiraba en el grupo. En los tres días que caminamos juntos no hubo
ningún mal rollo, al contrario, todo era buen humor e interesantes
conversaciones. Es curioso como gente que hace unas horas no se
conocía de nada, puede llegar a entablar lazos de amistad en tan
poco tiempo, en circunstancias como estas, donde se comparten las
veinticuatro horas de un día, marchando por lugares tan idílicos.
Esta es la magia del viaje.
Una hora
antes del anochecer, llegamos a la casa de una familia, la cual nos
acogió en una de sus habitaciones. La vivienda era muy sencilla como
todas las de la zona que recorrimos, sin camas (dormimos en
esterillas), sin luz eléctrica ni ducha (nos lavamos con cubos de
agua sacados de una alberca) ni otras comodidades. Y así lleva la
gente viviendo generación tras generación en las zonas rurales de
Myanmar y tantos países del mundo, con lo básico, sin accesorios ni
chominadas. ¿Seríamos capaces de vivir en estas condiciones durante mucho
tiempo? Quien sabe, pero posiblemente muy pronto estaríamos echando
en falta herramientas como Internet, por ejemplo, el horno
microondas, o la cafetera. Qué dependientes nos hemos vuelto de
las nuevas tecnologías, ¿verdad?
A la derecha, nuestro "hostal" de la primera noche |
Con un cielo
lleno de estrellas (llevaba años sin ver un mapa celeste tan
completo), un frío que aumentaba conforme caía la noche, y sin más ruido que el de los ratoncillos que correteaban
por las paredes del cobertizo, nos dormimos (algunos más bien,
intentamos dormir), pensando en que maravillas nos quedaban aún por
ver en esta aventura. Esto no había hecho más que comenzar.