Como una familia feliz, los Chen y yo salimos juntos de excursión,
dispuestos a explorar los alrededores de Hsipaw junto a un guía que
trabajaba para el hostal donde nos quedamos, Nam Khae Mao Guesthouse.
Partimos en una barquita, navegando por el río Dohktawady, y parando
en diversos puntos. El primero, un curioso monasterio budista alojado
en un precipicio. El lugar, a pesar de estar construido de forma
arcaica, llevaba allí desde hace más de cien años. En una pequeña
cueva, se alojaba una estatua de Buda yacente y diversa parafernalia
budista. Tras fumarnos un purito con el abad, continuamos la marcha.
Más adelante, estuvimos paseando por algunas aldeas Shan, una de las
minorías étnicas más importantes en Myanmar. Tienen su propia
lengua, alfabeto y creencias religiosas, basadas en el animismo.
Desde hace unas decadas, la junta militar birmana viene ejerciendo
una fuerte opresión sobre este grupo étnico, limitando sus derechos
y machacando su legado cultural. Esto ha provocado un conflicto
bélico entre el gobierno y la guerrilla rebelde, que aún sigue
latente en el Noreste del país. Por suerte, Hsipaw y sus alrededores
son completamente seguros y no hay que preocuparse por ningún tipo
de enfrentamiento armado. Las zonas de riesgo están totalmente
vetadas para los extranjeros y no se permite el acceso bajo ningún
tipo de circunstancia.
Ya al caer la tarde, dejé a los Chen reposando en su habitación
(si, los chinos se acuestan temprano aunque estén de vacaciones) y
me fui a dar una vuelta por el pueblo. Fue entonces cuando me
encontré de nuevo con Antoine, el chico francés con el que habíamos
compartido aquellos 3 días de senderismo de Kalaw al lago Inle. Lo
que puede parecer una enorme coincidencia, no nos supo como tal y
reaccionamos como cuando te encuentras a algún conocido en el centro
de la ciudad. Y es que, como ocurre también en Laos o Camboya, los
turistas vamos siguiendo las mismas rutas y no es extraño
encontrarse a una misma persona dos o tres días después en un lugar
diferente. De hecho, al día siguiente volví a coincidir con Ona, la
lituana de Mandalay, pero eso ya forma parte de la siguiente entrada.