Mi último día en Hsipaw lo pasé enteramente paseando por el pueblo
y alrededores, simplemente observando la vida cotidiana de los
habitantes. Pasé de excursiones con guía y visitas a monumentos
concretos, lo único que me apetecía era caminar e irme parando en
lugares que me llamaban la atención a nivel humano, como el mercado
matutino a la orilla del río. Me tiré un buen rato ahí, solamente
atendiendo las conversaciones y viendo el movimiento de gente entre
los puestos. Más tarde me encontré de nuevo con Antoine y nos
fuimos un rato a caminar por los alrededores del pueblo. Pasamos muy
cerca del palacio Shan, donde el último rey de esta etnia
gobernó hasta la llegada del gobierno militar en 1962. No se
permitían visitas, así que nos conformamos con disfrutar de las
aldeitas Shan y el ambiente del campo, que no es poco.
Durante el día, a través de diversos encuentros con los locales,
gente sencilla, humilde y pacífica, a la que no se le percibe ni una
pizca de maldad, fuimos divagando sobre la felicidad y su relación
con el ambiente, los bienes de los que se dispone, las expectativas
de la sociedad, etc. Quizás esta gente no sea tan feliz como
parece, y su vida esté llena de penurias y sufrimiento, pero lo que
está claro es que su capacidad de afrontamiento de las dificultades
es digna de mención. Este rasgo es lo que de verdad hace a una
persona más o menos feliz, la manera de percibir las carencias.
Nosotros, habitantes de países ricos (al menos más ricos que
muchos, por mucha crisis que estemos padeciendo), nos hemos habituado
a poseer ciertos bienes, muchos de los cuales (como los teléfonos
móviles) nos han venido casi impuestos por convencionalismos
sociales, y nos sentimos infelices cuando carecemos de ellos. Todo
ello conlleva una frustración absurda, ya que no nos damos cuenta de
lo feliz que puede llegar a ser uno con lo mínimo. Como ya comenté
a raíz de los días de senderismo, ¿cuánto tardaríamos en echar
de menos nuestro ambiente habitual? ¿Podríamos llegar alguna vez a
acostumbrarnos a esta vida sencilla, sin lujos ni accesorios?
Por la tarde me despedí de los Chen, que se marchaban al lago Inle.
Fue una gran experiencia el haberlos encontrado y espero que algún
día volvamos a cruzarnos en China, nunca se sabe. Para cenar quedé
con Ona, la lituana que conocí unos días antes en Mandalay, y otro
grupo de viajeros entre los que también había una chica española y
otra polaca, a las cuales habíamos conocido en Kalaw. Como ya dije,
estas coincidencias no son para nada sorprendentes en estos lugares. Tras la velada,
volví a mi hostal a coger fuerzas para afrontar la recta final,
empezando por un alto en Kyaukme, mi siguiente punto del viaje, donde tampoco faltarían momentos mágicos.
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