Antes de irme de Myanmar, aún me quedaba tiempo y energías para una
última excursión, visitando algunos puntos en los alrededores de
Mandalay. Había que darlo ya todo, así que salí muy temprano hacia
Sagaing, a unos 45 minutos en carricoche, un lugar conocido por ser
el santuario de la meditación de la región. Su principal atracción
es Sagaing Hill, una colina desde cuya cima se divisan una
sensacionales vistas, con infinidad de estupas y monasterios
conectados por sinuosos senderos y escalones.
Al mediodía, fui a Inwa, una antigua ciudad imperial de la que solo quedan sus ruinas. Para llegar aquí se necesita tomar una pequeña barca que, en cinco minutos, atraviesa el río Myitnge y deja a los viajeros en el otro extremo, donde esperan decenas de carros de caballos, un vehículo esencial si se quiere explorar cómodamente el lugar. Yo compartí transporte con un grupito de mujeres, todas mayores de 65 años, que estaban viajando solas, algo que merecía tanto mi admiración como mi curiosidad. Por cierto, la mayor de ellas, una francesa de 70 años, hablaba un español perfecto, y me estuvo contando sus aventuras, viajando durante décadas por el mundo. ¡Yo también quiero una vejez así! Sobre Inwa, durante un recorrido de cerca de dos horas se pueden ver los puntos principales, como el monasterio de Bagaya o la torre inclinada, resto de lo que en su día fue el palacio imperial, destruido por un terremoto en el siglo XIX.
Aún me quedaba algo de tiempo para desplazarme a Amarapura y visitar
su famoso puente U Bein, el puente construido en madera de teca más
largo del mundo (1,2 kilómetros), que se mantiene en pié a pesar de
sus 200 años de antigüedad. Es todo un espectáculo contemplar esta
maravilla de la arquitectura al atardecer, el último en este viaje
en Myanmar. Antes de volver al hotel, decidí parar en la pagoda de
Mahamuni, la cual se encuentra de camino en la carretera que viene de
Amarapura. Aquí, custodiada en su altar central, se halla la estatua
de Buda más famosa y venerada de todo el país, Cada día, cientos
de fieles se acercan a dejar sus ofrendas y cubrir la imagen con
láminas doradas. La atmósfera que se respira en este lugar al caer
la noche es definitivamente mágica.
Con el eco de los mantras budistas de Mahamuni en mi cabeza, acabé esta magnífica jornada, que puso el broche final a más de 3 semanas de vivencias y sensaciones, atravesando Myanmar, un país de fabula que me cautivó. Me reservaré mis reflexiones finales para una próxima entrada, hasta aquí el diario de ruta, espero haber animado a más de uno a lanzarse a la aventura por estas tierras.
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