Por la mañana temprano, llegó a la puerta del hotel un chaval
montado en moto que preguntaba por mí. Su nombre era Li, un
estudiante de inglés, que ese día iba a ser mi guía por los
alrededores de Kyaukme. Me dijo que él nunca había hecho esta
labor, pero que le gustaría trabajar en este puesto en el futuro. Se
sentía muy contento por haberle dado esta oportunidad, ya que le
serviría como práctica. Tras acoplarme el casco en plan Playmobil,
nos fuimos a casa de su primo, cuya familia se dedicaba a la
elaboración del papel de bambú, un bien preciado en esta región y
que da trabajo a cientos de familias. El susodicho pariente me estuvo
explicando todo el proceso desde que se trae el bambú al taller
hasta que se consigue el producto final, el cual se suele exportar la
mayor parte a China.
El plan inicial de Li era llevarme en moto a unas aldeas remotas en
las montañas, donde residen los miembros de la etnia Palaung. Pero
al final tuvo que modificar un poco su itinerario porque decía que
su madre no le dejaba ir por esos parajes. La razón, por lo visto,
era que había algunas guerrillas rebeldes que capturaban y
reclutaban soldados entre los jóvenes de la región, para combatir
contra las milicias del gobierno. En ese caso, le dije que lo mejor
era seguir los consejos de las madres, que son muy sabios y no
jugarnos el pellejo. De todas maneras, cualquier lugar de los
alrededores resultaba atractivo para mí.
Dejamos la moto aparcada en una aldea a unos 5 kilómetros de Kyaukme
y continuamos el recorrido a pie, cruzándonos con aldeanos que me
miraban con sorpresa. Para muchos, quizás era la primera vez que
veían un extranjero y les llamaba la atención que podía estar
buscando yo por esas tierras tan recónditas.
Siguiendo el mapa de la Tierra Media |
A mitad de camino, cuando ya llevábamos casi dos horas de pateo,
empecé a sentir retortijones y tuve que parar unas cuantas veces
entre los arbustos, no precisamente para buscar setas. Algo me había
sentado mal en el desayuno y me pasé medio día grogui. Necesitaba
un descanso y tomarme lo que sea que ayudara a controlar los
intestinos. Así que paramos en una casita donde una muchacha nos
acogió y me preparó una infusión y algo de comer (aunque yo no
pude pasar del arroz hervido). Vivía con su madre, que era monja, y
su bebé de pocos meses. Nos contó que se había quedado viuda de
forma repentina y que ella tenía que trabajar el doble para poder
mantener a su familia. De nuevo, ese choque con la vida en condiciones
extremas, y con una hospitalidad y sentimientos a los que, por
desgracia, no estamos acostumbrados y simplemente nos apabullan y nos
hacen sentir miserables. Otra vez, reflexiones sobre lo mucho que nos
quejamos y de lo poco que sabemos apreciar lo que tenemos, y de lo
lindo que es saber que aún existen muchos corazones puros en el
mundo, limpios de malas intenciones y siempre dispuestos a echar una
mano a quien haga falta.
Regresamos a Kyaukme antes de caer la noche, sin ningún contratiempo aparte de mis turbulencias intestinales, que mejoraron durante la tarde. Me despedí de Li que, rechazó que le pagase, aunque al final aceptó que le invitase a cenar por lo menos. El chaval se portó genial y lo hizo muy bien para ser su debut como guía. Espero que en el futuro se pueda dedicar a esto y sacarse sus buenos cuartos . Una vez más, una gran persona en mi camino y otra magnífica jornada, de las mejores del viaje.
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